Cada monstruo tiene su debilidad, bien lo sabe Samuel Segura, y con esa certeza se da a la tarea de diseccionar a los que pueblan este volumen; tan frecuentes son, que asombra no los hayamos percibido; tan cotidianos como la presencia del hijo de Dios en la tierra (no escarmentó y viene por más) o la del Primer Mandatario de la Nación que no interpreta debidamente (allá él) los augurios de su pitonisa.
Los mostros salen debajo del puesto de tacos, en su advocación Rata gigante o como un Santaclós nicotinodependiente e incluso como licántropo diurno, o bajo la personalidad de un roquero que, ante las evidencias del desastre, aconseja: “Piénsenlo bien antes de querer formar un pinche grupito”.
En Cada monstruo tiene su debilidad el humor –ríspido, agrio– campea. Son relatos que claman por lectores adictos al autoescarnio, al flagelo de la risa que nos provoca la caída de la abuela en la alcantarilla o el chiste picarón en el velorio, durante el rosario; los más trágicos escapan de la nota roja para que no olvidemos la violencia nuestra de cada día: “Un pedazo de tierra infértil” y “El riscal”.
Por su edad, Samuel Segura sería arrejolado entre los etiquetados como milenials. Pero nació en Ecatepunk, EdoMex, México, Latinoamérica. Quizá no es necesario decirlo después de leerlo, porque la sal de la tierra, residuos de asfalto, aromas de suadero, sudor monstruopolitano, yacen en sus textículos, y eso confiere madurez a su producción literaria. Incluso la web lo consigna: “Todavía siendo niño, el Señor llamó a Samuel como profeta”. Así sea, Sam Bodoque: así es.
Emiliano Pérez Cruz